9. La Unción En Betania.
«Faltaban dos días para la fiesta de Pascua» (Mc 14, 1) y Jesús se encontraba en casa de Simón el leproso (o en la casa del mismo Lázaro, «seis días antes de la fiesta judía de la Pascua», si escuchamos a S. Juan 12, 1), cuando una mujer derramó un frasco de perfume de nardo puro, muy valioso, sobre su cabeza. Algunos se preguntan: «¿Para qué este despilfarro» (Mc 14, 4) y Jesús responde: «Para mi sepultura» (Mc 14, 8). El que va a morir es verdaderamente el Rey-Mesías, el Ungido del Señor. Los Evangelistas subrayan las distintas actitudes frente a Jesús: Los jefes de Israel se habían «preparado» para acabar con Jesús; Judas se «preparaba» a entregarlo; esta mujer «preparó» su cuerpo para la sepultura. Lo que ella ha hecho es una buena noticia (Mt 26, 13) que entra a formar parte del anuncio cristiano. La tensión dramática crece al encontrar los enemigos de Jesús un aliado en uno de sus discípulos, que se convierte en modelo de los que abandonan al maestro, de los que lo entregan (Mt 26, 15).
10. La Cena De Despedida.
La principal celebración de la Pascua judía consistía en una cena, en la que participaba toda la familia. Aun hoy se sigue celebrando con un elaborado ritual, con vajilla propia y platos que sólo se comen esa noche. Jesús celebró cada año con su familia la conmemoración de la salida de Egipto y de la Alianza del Sinaí. En estos momentos finales, celebra una cena de despedida con su nueva familia. «¡Ardientemente he deseado cenar esta Pascua con vosotros!» (Lc 22, 15). Finalmente, ha llegado el momento definitivo, la «hora» de la verdad (v 14), el banquete tantas veces pregustado y deseado. Jesús nos va a sorprender nuevamente con sus palabras y con sus acciones: Lava los pies a los Apóstoles, nos regala la Eucaristía, nos da el mandamiento nuevo del amor fraterno... La postura interior, simbolizada en el lavatorio, toma cuerpo en el reparto de sí mismo, que anticipa e introduce la Pasión.
11. Jesús Asocia Sus Discípulos A Su Pascua.
Lo primero que nos sorprende es la insistencia de Jesús en unir sus discípulos a su Pascua y a su destino. Parece como si los discípulos quisieran distanciarse del acontecimiento y Él no lo permitiera: «¿Dónde quieres que TE preparemos la cena de Pascua... Decidle que quiero celebrar la Pascua CON mis discípulos en su casa». Ellos quieren prepararLE la Pascua (Mt 26, 17; Mc 14, 12). Él quiere celebrarla CON ellos (Mt 26, 18; Mc 14, 14; Lc 22, 8.30), como anticipo de su futura participación en el sufrimiento y posterior destino glorioso de Jesús: «Vosotros habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Yo os entrego la dignidad real que mi Padre me entregó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa cuando yo reine, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Lc 22, 29-30).
12. El Lavatorio De Los Pies
(Jn 13). Para entender el gesto no hemos de pensar en nuestras calles asfaltadas. En la época de Jesús muy pocas personas usaban calzado; y las que lo llevaban, se limitaban a unas simples sandalias. En las calles de tierra se tiraban los restos orgánicos y las comidas de los animales. Lavarse los pies al entrar en casa era un ritual obligado y necesario. Correspondía hacerlo a los esclavos o a los siervos. En las familias pobres lo hacían la esposa o las hijas. Jesús que lava los pies, se pone en el lugar más bajo, indicando dos cosas: él viene a servir y no admite que unas personas sean consideradas inferiores a otras. En otra ocasión había dicho el Señor: «Cuando el siervo llega a casa después de haber trabajado todo el día en el campo, ¿se sentará a la mesa o servirá primero a su amo?». Jesús es el Señor que atiende a los criados; «que no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate por todos» (Mt 20, 28; Mc 10, 45). Aquí se manifiesta su verdadera identidad (y en su imitación, la identidad de sus discípulos).
POR LOS ENFERMOS

Santo padre Pío, ya que durante tu vida terrena mostraste un gran amor por los enfermos y afligidos, escucha nuestros ruegos e intercede ante el Padre misericordioso por los que sufren. Asiste desde el cielo a todos los enfermos del mundo; sostiene a quienes han perdido toda esperanza de curación; consuela a quienes gritan o lloran por sus tremendos dolores; protege a quienes no pueden atenderse o medicarse por falta de recursos materiales o ignorancia; alienta a quienes no pueden reposar porque deben trabajar; vigila a quienes buscan en la cama una posición menos dolorosa; acompaña a quienes pasan las noches insomnes; visita a quienes ven que la enfermedad frustra sus proyectos; alumbra a quienes pasan una "noche oscura" y desesperan; toca los miembros y músculos que han perdido movilidad; ilumina a quienes ven tambalear su fe y se sienten atacados por dudas que los atormentan; apacigua a quienes se impacientan viendo que no mejoran; calma a quienes se estremecen por dolores y calambres; concede paciencia, humildad y constancia a quienes se rehabilitan; devuelve la paz y la alegría a quienes se llenaron de angustia; disminuye los padecimientos de los más débiles y ancianos; vela junto al lecho de los que perdieron el conocimiento; guía a los moribundos al gozo eterno; conduce a los que más lo necesitan al encuentro con Dios; y bendice abundantemente a quienes los asisten en su dolor, los consuelan en su angustia y los protegen con caridad. Amén.
13. La Institución De La Eucaristía.
El Señor dice a los discípulos: «a vosotros no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15,15). Él desea una relación personal, intensa, con sus fieles. San Pablo explicará la celebración de la Cena como «comunión con el Cuerpo y la sangre de Cristo» (1 Cor 10,16), como participación de su misma vida.
El rito eucarístico de la Cena ha conservado acciones y palabras de Jesús («Os recuerdo lo que yo mismo recibí» 1Cor, 11ss) que más tarde aparecerán llenas de significado y nos revelan la actitud de Jesús ante su muerte: Él mismo ofrece su vida en el momento definitivo. No se somete pasivamente a ella ni la acepta como un paso necesario hacia su triunfo pleno. Jesús se entrega en conformidad con el plan amoroso de Dios, del que su muerte forma parte; dejando a Dios la última palabra. Los hombres pensábamos que arrebatábamos su vida al Señor, sin embargo, Él se nos adelanta: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros... esta es la copa de la nueva alianza sellada con mi Sangre, que se derramada por vosotros» (Lc 22,19-20). Ante este misterio sólo cabe exclamar, con Santa Teresa de Jesús: «¡Oh amor, que me amas más de lo que yo me puedo amar ni entiendo».
Aquí confluyen las instituciones del A.T.: La Alianza llega a su cumplimiento en esta «sangre de la Alianza derramada» (Mc, Mt, cf. Ex 24, 8); la Profecía culmina en el «cáliz de la Nueva Alianza» (Lc, Pablo, cf. Jr 31, 31); la teología martirial (Macabeos) y vicaria (Deuteroisaías) desemboca en la promesa de la entrega «por muchos» (Mc 14, 24); y las ideas profundamente unidas de banquete y sacrificio (Ex 24, 8.11) son asumidas en la relación entre el pan y el vino, con la superación de la contradicción carne-sangre y espíritu-vida. No importa que la tradición jerosolimitana (Mt, Mc) sea la más antigua o que lo sea la antioquena (Lc, Pablo); nos basta con el núcleo común, que hace referencia a la entrega, a la comunión, a la relación muerte de Jesús-establecimiento del Reino.
«¿Qué significan para nosotros el pan y el vino? El pan ha sido para muchos, durante milenios, alimento básico... Pan es o significa el alimento elemental del hombre. Es el alimento que mantiene nuestra vida día a día, que deshaciéndose nos rehace y nos permite hacer, que se transforma en parte nuestra o en energía vital. Si el pan es fruto del trabajo del hombre, el trabajo humano es fruto del pan... El pan es humilde y sencillo, no se da importancia; el pan se entrega sin presunción ni resistencia. En esta humildad generosa concentramos la expresión de nuestro agradecimiento a Dios. Diría que es la prosa de cada día. En cambio, el vino es la poesía, la propina, la fiesta. Pan y agua es lo indispensable: "Son esenciales para el hombre agua y pan y casa y vestido para cubrir la desnudez" (Eclo 29,28). A los furtivos se les ofrece lo urgente: "Al encuentro del sediento, sacad el agua... llevadles pan a los fugitivos" (Is 21,14). Pero cuando se agasaja o festeja a una persona, se le ofrece pan y vino, que equivale a convite, banquete... Si al fugitivo se le ofrece pan y agua, al vencedor, que vuelve de la batalla "Melquisedec, rey de Salén, le ofreció pan y vino" (Gn 14,28)». (Luis ALONSO SCHÖEKEL, Meditaciones bíblicas sobre la Eucaristía, 64-65).
14. El Sacerdocio Ministerial.
Cristo pide a sus Apóstoles que sigan celebrando la Cena como memorial suyo. No se trata de un simple recuerdo, sino de una verdadera y real actualización y comunión en el ofrecimiento que el Señor hace de sí mismo. Los Apóstoles (la Iglesia) reciben un Ministerio que es participación y ha de ser reflejo de la misión de Cristo en la Tierra: Anuncio del Reino, Comunión de vida con el Padre y entre ellos, Servicio generoso a todos los hombres.
Cristo pide a sus Apóstoles que sigan celebrando la Cena como memorial suyo. No se trata de un simple recuerdo, sino de una verdadera y real actualización y comunión en el ofrecimiento que el Señor hace de sí mismo. Los Apóstoles (la Iglesia) reciben un Ministerio que es participación y ha de ser reflejo de la misión de Cristo en la Tierra: Anuncio del Reino, Comunión de vida con el Padre y entre ellos, Servicio generoso a todos los hombres.
15. El Mandamiento Del Amor Hasta El Fin.
Jesús no nos pide que seamos buenas personas, que nos amemos mucho. Él quiere más de nosotros: «que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado» (Jn 13,34). Ya en otras ocasiones nos había dicho: «sed perfectos como nuestro Padre Celestial» (Mt 5, 48), y «sed compasivos como nuestro Padre es compasivo» (Lc 6,36), que es lo mismo. Hemos de tener los mismos sentimientos de Jesús, los sentimientos de Dios. Está claro que solos no podemos. Pero si Él vive en nosotros, si nos alimentamos con su Cuerpo y con su Palabra y nos dejamos transformar por Él, caminaremos sin descanso, acercándonos cada día un poco más a la meta (cf. Jn 6, 51-57).
16. Getsemaní.
«Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado»(1Pe 2, 23-24). A través del estudio de la Semana Santa y de la Última Cena, hemos entrado de lleno en el Triduo Pascual y hemos sido fortalecidos también para la Prueba, para atravesar la Hora junto a Jesús. «Después de cantar los himnos, salieron para el huerto de los olivos» (Mc 14, 26). Se acerca la «Hora» tantas veces anunciada, el momento definitivo, y Jesús necesita orar. Sabe que es la única manera de poder enfrentarse con fuerzas a la prueba y a la tentación (Mc 14, 38). Todo llega a su fin, y Jesús vive un momento dramático. Ora «de rodillas», intensamente, hasta sudar gotas de sangre (Lc 22, 41. 44), «postrado rostro en tierra» (Mt 26, 39), «sintiendo pavor y angustia, una tristeza mortal» (Mc 14, 33-34), «con gritos y con lágrimas» (Heb 5, 7).
En esta noche de la Pascua, noche de fiesta y júbilo para Israel, la oración de Jesús es el momento más dramático de su vida. Para Él comienzan el pavor, la angustia y la soledad. Está solo frente a Dios; insiste en orar, pero se ha roto la comunicación con Él. Como comentan tantos Padres de la Iglesia, éste es el momento en el que sobre Jesús cae todo el pecado del mundo. Ha de sufrir, pues, siendo el Hijo, siendo inocente ha de mostrar su Obediencia (Heb 5, 7ss). Tratando de introducirnos en este momento nos fallan todas las categorías de comprensión: humanas y teológicas. Ningún encuentro o desencuentro con Dios fue igual antes y ninguno será igual después. No podemos terminar de comprender lo que supuso para Jesús este momento. Él creía en un Padre bueno que no abandonaba a los suyos y anunciaba que eran felices los pobres, los sencillos, los humildes... Toda su predicación y su ministerio parecían encaminarse al fracaso más absoluto: Los fuertes, los poderosos, los que tienen interés en que todo siga como está, parecían triunfar.
Jesús sufre todo el peso del Abandono de Dios, tiene ante sí el Cáliz de su Ira, las consecuencias del pecado acumulado por tantas y tantas generaciones de hombres y mujeres. Desde este pozo, desde este abismo, desde este «infierno» de los que han dicho ‘no’ a Dios, Jesús dirige su oración al Padre: «¡Abba!, ¡Padre!, todo es posible para ti, aparta de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». En plena prueba, en medio de la más negra oscuridad y abandono inocente, Jesús sigue manifestándose como el Hijo; para Él no existe más que la voluntad de Dios. Y ello por tres veces, expresión que en el lenguaje bíblico significa «por completo», agotando toda posibilidad. No lo ha dicho «con la boca pequeña» y está dispuesto a sufrir las consecuencias, a seguir testimoniando al Padre entre los tormentos y la Muerte.